General Historia

CHUCHI DAVILA, IN MEMORIAM

De la mano de nuestro compañero Julio Gutiérrez, toda una enciclopedia del baloncesto, viajamos en el tiempo para glosar la figura del recientemente fallecido Chuchi Dávila y revivir los tiempos gloriosos del CAU y las aventuras posteriores de nuestro protagonista.

La actualidad del baloncesto asturiano viene marcada, en las últimas temporadas por el Oviedo Baloncesto. Sin embargo, otro equipo de la capital, el CAU, reinó en Asturias en otros tiempos. Sirva este artículo como homenaje a uno de sus principales componentes, Chuchi Dávila, fallecido hace unos días y persona apasionada por el mundo de la canasta, formando parte de su paisanaje durante varias décadas.

 

Esta historia arranca a mediados de los años 70. La Universidad de Oviedo había apostado fuerte por el deporte, especialmente por el baloncesto. El mítico y añorado CAU (Club Atlético Universitario) competía en 2ª División. Y no era una categoría cualquiera, ya que en esa época solo existían tres divisiones. Vamos, que era equivalente a la LEB Oro actual. Que nadie piense que aquel baloncesto estaba exento de calidad. Puede que los pabellones no se parecieran en nada a los actuales. Puede que el nivel físico de los jugadores no llegase a lo que se aprecia en la actualidad. Puede que las tácticas no estuvieran tan “perfeccionadas” como hoy día se nos intenta hacer ver. Pero la esencia de nuestro deporte estaba intacta. Es más, hoy se ha perdido el romanticismo de aquella época. Pabellones pequeños, pero a rebosar de gente. Aficiones fieles hasta el infinito. Jugadores y entrenadores sobradamente preparados, aun con sus limitaciones. Y en este contexto se movía el CAU.

 

Nuestro protagonista era el capitán de aquel equipo, en el que jugó varias temporadas, en la posición de pívot. Era un jugador con notables fundamentos técnicos y buena capacidad física. Pero lo que más llamaba la atención es que pronto se convirtió en el “jefe”. Era, en realidad, la prolongación del entrenador en la pista. Ya se le veían maneras de lo que sería su futuro profesional después de dejar las canchas de juego. El coach de aquel conjunto durante 6 años (de 1972 a 1978) fue Ricardo Hevia, un extraordinario entrenador que merecería un capítulo aparte. La simbiosis entre el técnico mierense y el equipo fue total, hasta el punto que Hevia siempre consideró esas 6 temporadas como “las más felices de mi vida”, en palabras textuales.

 

El equipo vestía de verde y negro y jugaba en una cancha absolutamente imborrable para mí, el Polideportivo de San Gregorio, situado entre el Colegio Mayor del mismo nombre y el Colegio América. Pocos años después, siendo yo estudiante de la universidad, utilicé esa instalación para jugar “pachangas” con mis compañeros de estudios. Y cuando pisaba el parquet, un torbellino de adrenalina recorría mi cuerpo, recordando las batallas allí acontecidas poco tiempo atrás, muchas de ellas auténticamente épicas. La cancha era (y lo sigue siendo en la actualidad, tras su reforma) muy pequeñita. Pero no importaba, casi era mejor así. Los días de partido (casi siempre sábados a las 8 de la tarde) los aficionados tenían un punto de encuentro previo. Era el pub Picos, situado a escasos 5 minutos del polideportivo. Allí se congregaba la afición, dirigiéndose “en masa” a San Gregorio para animar, apiñándose en las gradas, enfervorizada con su equipo. El pabellón sólo tenía una grada “oficial”, por lo que se aprovechaba todo de él, incluso unos ventanales que pertenecían a las dependencias universitarias y que miraban hacia la pista, donde también se arremolinaban los aficionados. El ambiente era tan espectacular que a los conjuntos visitantes les resultaba extremadamente complicado ganar en Oviedo.

 

Chuchi Dávila fue, ante todo, un jugador de equipo, ejerciendo de padre deportivo de algunos jugadores que llegaron a Oviedo muy jóvenes. En este sentido, el CAU contó durante estos años con diferentes jugadores que pertenecían o habían pertenecido a la órbita del Real Madrid (Terrados, Aramburu, Alocén). Eso fue posible gracias a la inquebrantable amistad que siempre existió entre Ricardo Hevia y Lolo Sainz, a la sazón entrenador blanco y que se forjó cuando ambos hicieron el curso nacional de entrenadores. A lo largo  de su trayectoria en el CAU, Dávila tuvo muchos y buenos compañeros, entre los que podemos mencionar a Carlos Meana, Alejandro Gutiérrez, Pepe Domínguez, Julio Rozas, los citados Juan Aramburu, Nico Terrados y Alberto Alocén, Juaco Prendes, Fernando Sánchez, Jorge Fernández, Conde, Puente, Santos… La lista es interminable

 

Pero sería completamente injusto no hacer una mención aparte para el primer jugador americano que pisó Asturias, Arnette Hall. Se podría definir con muchos adjetivos, pero yo utilizaría uno que sobresale por encima de los demás: ESPECTACULAR. Con apenas 1,90 de estatura y unos fundamentos técnicos increíbles, se convirtió en el mejor americano de la categoría. Durante 3 temporadas   (1974-75 a 1976-77) impartió su magisterio por todas las canchas de España. Y por supuesto, en San Gregorio, donde los aficionados le veneraban. Su capacidad de salto, su tiro en suspensión (hace honor el calificativo, puesto que se quedaba “suspendido” literalmente en el aire), que era letal, y su característica forma de lanzar los tiros libres (mientras se secaba el sudor, lanzaba el balón con efecto hacia delante, para, una vez secadas sus manos, recogerlo y lanzar) aún perduran en la memoria de los aficionados. Curiosamente, las tres temporadas en Oviedo fueron sus únicas como profesional, ya que con posterioridad se dedicó a tareas de docencia universitaria en su país natal.

 

Chuchi Dávila lo fue todo dentro del mundo del baloncesto. Como ya mencionamos con anterioridad, siendo un auténtico jugador de equipo, tenía madera de líder, dentro y fuera de la cancha. Una anécdota lo resume todo. Visitaba San Gregorio el Mataró. Su americano estaba ganando el partido casi él solo, nadie le conseguía frenar. Hevia se desesperaba en el banquillo y entonces encontró la solución. Sacó a Chuchi, hombre de confianza, para emparejarse con el jugador foráneo. Aun siendo consciente de su desventaja, el bueno de Dávila se las ingenió para desquiciar al rival rápidamente, rematando la faena con unos pellizcos en zonas de su anatomía corporal. El americano debió considerar aquello como una afrenta personal y golpeó de forma inapropiada al jugador ovetense. La consecuencia fue su expulsión. El CAU acabaría ganando aquel encuentro.

 

Pero además del Mataró, por la instalación ovetense desfilaron otros muchos  equipos ilustres como Granollers, Breogán, Helios Zaragoza, Obradoiro, Bosco La Coruña, Águilas de Bilbao, Canarias, La Salle Barcelona, Vallerhermoso de Madrid, Castilla de Valladolid, San Sebastián, Náutico Tenerife, Tempus de Madrid…. Como se puede apreciar, la nómina es extensa e incluye a equipos tradicionales que, posteriormente, estarían muchos años en la máxima competición nacional. En la temporada 1977-78, segunda campaña patrocinado por la empresa Rivayagüe, y ya sin extranjero (Arnette se había marchado al finalizar la temporada anterior), el CAU estuvo cerca de conseguir el hito que hubiera supuesto el ascenso. Este fue el principio del fin, ya que en la campaña siguiente, la 1978-79, se creó la recordada 1ª B, segunda categoría del baloncesto español, a la que fue invitado el CAU, quien tuvo que renunciar a ella por motivos económicos.

 

 

Tras dejar la práctica activa del deporte y formar parte de los servicios administrativos del CAU, se fue como entrenador al colegio de las Dominicas, en Oviedo. Con posterioridad, aterrizó en el Grupo Cultura Covadonga, siendo responsable técnico de la sección de baloncesto y entrenando, entre otros a Nacho Galán, actual responsable del Círculo Gijón y otrora, importante jugador dentro del baloncesto asturiano. Tras este periplo, se marchó a su tierra natal, Salamanca, donde desarrolló otra de sus habilidades, la gestión deportiva. Fue uno de los impulsores del Baloncesto Salamanca, equipo creado en 1993 y que ascendió a la liga ACB en su primera temporada de vida (1993-94), tras competir en la entonces denominada liga de Primera División, ocupando la vacante dejada por el Askatuak de San Sebastián y lograr el ascenso en el 5º partido del playoff definitivo, frente al Canarias de Tenerife y a domicilio. El entrenador era Fernando Merchante y entre sus jugadores figuraban Salva Guardia, Perry Carter y Jordi Millera.

 

La siguiente temporada, primera en la Liga ACB, no estuvo exenta de problemas, a pesar de contar en su plantilla con nombres importantes del baloncesto español que se sumaron al proyecto, como Jimmy Oliver, Claude Riley, Fede Ramiro, Rafa Vecina o Manolo Aller. Merchante fue cesado y sustituido por Ricardo Hevia, que había debutado años antes en la ACB de la mano del Breogán de Lugo. La campaña 1995-96 fue más satisfactoria en lo deportivo. El equipo, de la mano de Pedro Martínez, quedó noveno clasificado. Siguieron algunos jugadores (Vecina, Ramiro), pero el conjunto se rejuveneció con nombres como César Arranz (ex Estudiantes y Huesca), Antonio Medianero (ex Manresa, Málaga y Breogán) o Jordi Pardo (ex Juventud y Valvi Gerona). Al final, desavenencias entre el propietario del conjunto charro y el Ayuntamiento propiciarían la venta de la plaza al Granada.

 

Evidentemente, Chuchi Dávila no se iba a quedar de brazos cruzados. Su siguiente estación fue Valladolid, donde fue director general del Fórum durante un breve espacio de tiempo, en el que presidió el equipo castellano-leonés José Ramón Guimaraens, que terminó siendo acusado (por diferentes estamentos del club) de haber realizado diferentes promesas que no llegaría a cumplir. No obstante, Guimaraens había tenido más éxito años antes, en 1992, al llevar al Godella femenino, bajo su patrocinio (a través de la empresa Dorna), a conquistar la Copa de Europa. Era la primera vez que un equipo femenino español conseguía tal logro. Tras este corto periplo, el bueno de Chuchi desapareció del primer plano deportivo, dedicándose a otras actividades ajenas al mundo de la canasta, quizá hastiado de los problemas que sufrió en Valladolid.

 

Se puede decir, sin ningún género de dudas, que Jesús Jiménez Dávila, Chuchi para todo el mundo, fue una persona de extraordinaria importancia en el baloncesto nacional. Recorrió todos los estamentos de nuestro amado deporte (jugador, entrenador y dirigente) y creo, sinceramente, que lo hizo fantásticamente bien en todos ellos. Sus compañeros siempre destacaron de él su faceta humana. Nosotros lo recordaremos también por su tranquilidad y su sabiduría. Y no se nos olvidará nunca su imagen, ataviado con una gabardina y con el cigarrillo en la boca. Gracias, Chuchi, por conseguir que amemos, si cabe, un poco más este bendito deporte llamado baloncesto. D.E.P.

 

(Artículo: Julio Gutiérrez)

 

Nota: Las fotos que ilustran este artículo son las siguientes: en la primera de ellas y en portada, publicada en La Nueva España, vemos una formación del CAU con Chuchi Dávila arriba, vestido de chándal, con el número 15.

En la segunda, publicada en Twitter por Jorge Campomanes, un equipo de la selección asturiana, con Chuchi Dávila en medio de la fila de arriba.

Y en la tercera, también de La Nueva España, el homenaje tributado hace dos años en la cancha del CAU a cuatro veteranos del conjunto universitario: Fernando “El Capi”, Arnette Hall, Chuchi Dávila y Nicolás Terrados.

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